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El “mientras a mí no me pase”. México, entre el covid y el narco

No puedo hablar por otros países, pero en México pasa algo muy singular. Desde que se declaró “la guerra contra el narcotráfico”, en este país la violencia se ha vuelto una cuestión de todos los días. No solo la hemos normalizado, lo cual es ya de por sí terrible, sino que nos hacemos de la vista gorda y la aceptamos.

Recuerdo bien los primeros tiempos cuando la violencia escaló dramáticamente. Se instauraron el pánico y la paranoia. Pasaron los años y se fue normalizando, al grado de formar parte del pintoresco paisaje cotidiano. Pero lo que ha sido una constante ininterrumpida desde el principio es la actitud del “mientras a mí no me pase”. El pánico y la paranoia se convirtieron en “medidas de seguridad” de una dinámica social de sálvese quien pueda. Hoy es casi imposible que un mexicano o una mexicana pueda presumir que no conozca a alguien que haya sido víctima de la violencia, o incluso que ella misma no lo haya sido.

La vida sigue, y mal que bien nos hemos acomodado. Aprendimos a sortear el asunto, a esquivarlo, a continuar con nuestras vidas siempre y cuando no nos pase a nosotros ni a nuestros cercanos. Seguimos estudiando, comiendo, bailando, ligando, jugando, saliendo; esperando que nunca nos pase, de que no nos convirtamos en un número más. Porque eso es lo que representan estos casos para los gobiernos, nunca historias particulares sino datos estadísticos. En fin, hemos aprendido a vivir con las posibilidades tratando de formar parte del reducido grupo de la población que, estadísticamente, está más protegida. Eso excluye a todo estudiante, mujer, indígena, joven trabajador (formal e informal) y migrante en este país.

Cuando veo la evolución que el covid está teniendo en México, no puedo más que reconocer el mismo patrón. Están desde quienes pueden hacer uso de sus privilegios y encerrarse hasta que pase la tormenta, cosa que no sabemos si sucederá. Hay otros que, literalmente, “les vale madre”. Siguen su vida normal como si nada pasara, a lo mucho usan cubrebocas y gel antibacterial. Más allá de qué pueden o no pueden hacer al respecto (hay muy poco que se puede hacer, de hecho), su día a día transcurre cubierto bajo la esperanza del “mientras a mí no me pase”.

Muy distinta es la esperanza de quienes, obligados por los arribas que quieren continuar con sus estilos de vida, no pudieron guardar ni un día de cuarentena durante toda la pandemia. Ellas y ellos simplemente esperan continuar su jornada, no contagiarse y poder brindar comida a su gente. El estilo de vida de pocos exige la explotación de la mayoría… ha sido así por siglos. Pero hoy, además, el estilo de vida de pocos exige de manera más explícita el sacrificio de millares.

Temo a la “nueva normalidad” más que al virus. No escribo esto para hacer un llamado a tomarse la situación enserio. No defiendo ni el optimismo del “todo va a estar bien” ni soy defensor del pánico y el miedo. Solo apunto lo que perciben mis ojos, sin olvidar que sufro de miopía y astigmatismo. Lo que critico es el “mientras a mi no me pase” que lleva a buscar acomodarnos de la mejor manera posible a las nuevas circunstancias de manera pasiva, sin atrevernos construir algo distinto.

¿Qué cosa? No sé… Pero ojalá se nos ocurra algo.


Elías González Gómez

29 agosto 2020 Guadalajara, Jalisco

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