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Excluyendo a la inclusión. Hospedando la otredad del otro Parte II


En la primera parte de esta reflexión compartí una serie de observaciones que pretendían mostrar la estrecha complicidad entre la lógica de la inclusión y la exclusión. Se entiende la necesidad política de la inclusión, pero no como un valor en sí sino como una estrategia de supervivencia en medio de estructuras ante las que tenemos que reaccionar sí o sí. Más allá de eso, la fe y la apuesta por la inclusión terminan por enfilarnos en las mismas filas de las instituciones exclusivistas. En otras palabras, la inclusión no ha de ser vista para “mejorar” la institución, sino para soportarla o sobrevivirla.


¿Existe otra narrativa posible? En esta segunda parte me propongo a exponer que sí, y aunque no basta un breve artículo para hablar sobre este tema, me doy por bien servido si por lo menos nace la inquietud por reflexionar la cuestión. La alternativa se encuentra en la hospitalidad, la cual consiste en hospedar la otredad del otro.


“Otredad del otro”. Se trata de una frase de lo más tautológica, cosa que puede molestar a ciertas sensibilidades. Sin embargo, vale la pena recuperar esa redacción ya que pone de manifiesto algo en lo que normalmente no caemos en cuenta: el otro o la otra es una otredad, una diferencia respecto a mí mismo, es otro mundo que, por más comunión y relación que tengamos, se mantendrá como una alteridad irreductible e inconmensurable. Esto no significa que no tengamos cosas en común, desde el compartir ciertas circunstancias similares hasta el hecho posterior de forjar un algo en común. La otredad del otro quiere subrayar la condición de distancia y de diferencia, sin la cual sería imposible cualquier “en común” real que no se fundamente en abstracciones.


No quisiera comenzar a desparramar argumentos filosóficos ni utilizar metralletas que disparen citas y autores. Apelo más bien a la experiencia real y concreta de cada uno y de cada una. ¿Son en realidad dos manzanas idénticas entre sí? No hay dos manzanas iguales, cada una es inédita y es imposible encajonarlas a todas en un solo concepto. Pero tampoco se da el caso que una manzana sea idéntica a sí misma, puesto que la identidad solo existe en las matemáticas abstractas, pero nunca en los concretos. Si pasa esto con las manzanas, ¿no pasa en mayor grado con las personas y culturas?


Hospedar la otredad del otro consiste en acoger (nótese la cualidad pasivo-activa de este verbo) la alteridad en su diferencia, no para incluirla en mi lógica, sino para abrirle mis lugares más íntimos y sagrados a la posible profanación e irrupción de la extrañeza y novedad que el/ella pueda traer consigo. La hospitalidad tiene pues un doble movimiento o una doble dimensión: por un lado, se trata de acceder a ese espacio de vulnerabilidad en donde el otro puede transformarme; puede entrar a mi casa y “hacer de las suyas”, modificar el entorno, en fin, desbordarme. Un buen anfitrión es aquel que prepara la visita de su invitado, que tiene un lecho listo para “lo que se ofrezca”, pero también es aquel que permite que el huésped se sienta en comodidad, que la construya y haga las modificaciones pertinentes para ello. Por otro, este dejarse desbordar por la otredad del otro es una experiencia igual de transformadora tanto para el huésped como para el anfitrión. El otro puede o no quitarse las sandalias y considerar el nuevo territorio como tierra sagrada, pero ya sea en una circunstancia o en otra, el huésped difícilmente podrá convertirse en conquistador y seguir siendo huésped. Si este es el caso, como ocurrió entre pueblos originarios y españoles hace 500 años, ya no hablamos de hospitalidad sino de una heteronomía que busca convertirse en hegemonía. Ante esto último -tristemente tan común hoy en día- hay que poner resistencia.


El tema con la hospitalidad es que solo opera en dimensiones y escalas humanas, nunca a nivel abstracto. Por escala humana entiendo el tamaño que permite situarnos en la vida real y concreta que habitamos, misma que comienza a diluirse cuando empezamos a pensar en cosas demasiado grandes y convertimos la vida en abstracción. Eso sucede con instituciones como el Estado o la Iglesia, las cuales no funcionan a nivel humano de las personas concretas, sino por medio de estadísticas, masificaciones y abstracciones. Otro modo de decirlo es que la hospitalidad solo es posible cuando estamos cara a cara, cuando podemos hacernos cargo directamente entre nosotras y nosotros, y es imposible cuando nos convertimos en estadísticas y números. Puedo vivir la hospitalidad cuando es entre personas y grupos concretos, las cuales puedo o no conocer, pero que su rostro está frente a mí (físicamente o no), pues son quienes en realidad pueden irrumpir en mi vida.


Musulmanes, cristianos, afrodescendientes, blancos, budistas, mixes, citadinos, enfermos, sordos, homosexuales, niñas y niños, hombres, mujeres, diversidad sexual, estudiantes, indígenas, adultos, taoístas, ciudadanos, mexicanos, chinos, lesbianas, heterosexuales, polacos, peruanos… ¿Quiénes son? Abstracciones sin rostro, conceptos creados por el Estado para políticas públicas y de los que bien podemos valernos para luchar contra las injusticias estatales, pero a quienes no podemos hospedar.


Imposible hospedar la otredad del otro desde dimensiones sociales e institucionales a las que estamos acostumbrados y acostumbradas. El primer paso, a mi parecer, es intentar forjar relaciones entre personas con las que realmente se puede, en lo cotidiano e inmediato, tener amistad y cariño. Así, en una suerte de círculo vital, vamos construyendo las condiciones de posibilidad para hospedar la otredad del otro hospedando la otredad del otro. Es un camino que se recorre caminándolo.


Elías González Gómez

14 de septiembre del 2020

Guadalajara, Jalisco

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