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La experiencia del deber espiritual


En este escrito quiero referirme no al sentido o pilar religioso de nuestras vidas, sino al rol espiritual impuesto, debido a que siento que como sociedad nos es fácil crear una caricatura de lo que es ser espiritual, donde los sentimientos de paz y armonía son los que deberían reinar en nosotres y el enojo e incluso también la tristeza deben ser castrados. Pero esta caricatura, a pesar de que a veces viene de lejos, la he podido ver replicada también desde lo cercano cuando comunidades o individuos nos la autoimponemos. Pareciese que el reconocerse consciente implicase estar a pasos de la iluminación y en un estado de unidad con toda la humanidad. Para mí el ser consciente implica simplemente la acción de darme cuenta y hacerme responsable de aquello.


Estas reflexiones nacen a partir del verme con el sentimiento de culpa cuando estoy activamente hablando de Dios/a, pero no he estado haciendo mi meditación u oraciones; cuando voy a liturgias y por estar preocupada de la logística no logro conectarme espiritualmente. Al mismo tiempo puedo ver que cuando me siento a escuchar historias que no conocía de personajes de mi fe o a compartir con otros caminos espirituales nuestras experiencias, mi corazón rebosa de amor, por lo que en este presente me niego a sentir culpa de aquello, porque reconozco que mis mayores niveles de conexión pueden ser en el encuentro con el otre y que es Dios/a quien me habla también a través de esas personas.


No siento que exista algo tal como un solo deber espiritual, sino que diversos, dinámicos y basados en todo lo que experienciamos (más cercana a la pasión que al experimento) y con el mismo valor que tienen aquellos códigos de conducta espiritual que nos hacen sentido. A veces veo una resistencia a desapegarnos de lo concreto o lo que creemos objetivo, incluso en algo que se aleja con creces de ello como es la propia fe.

El llamado que me nace hacer es darle un lenguaje crítico a ese deber espiritual, además de abrir espacio a lo propio y subjetivo. Aquel momento de conexión con esa Divinidad que no podemos ni llevar a palabras, donde todo dentro se nos mueve y logramos sentirnos profundamente embriagades de amor; momento que además nos sorprende con lo incierto de sus apariciones y puede salirse de lo espiritualmente correcto.

Para cerrar, me gustaría aferrarme de las palabras de Jorge Larrosa, pedagogo y filósofo español: “hay que dignificar la experiencia, reivindicar la experiencia, y eso supone dignificar y reivindicar todo aquello que tanto la filosofía como la ciencia tradicionalmente menosprecian y rechazan: la subjetividad, la incertidumbre, la provisionalidad, el cuerpo, la fugacidad, la finitud, la vida.”


Sukh Bachan Kaur

7 de septiembre del 2020

Santiago, Chile

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