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LA VOZ DEL SILENCIO


Teresa Jacques Valenzuela


Como seguramente lo habrán experimentado la gran mayoría de los que están viviendo esta “cuarentena”, esta semana tuve una semana tremendamente pesada. Un aspecto negativo del trabajo a distancia es la expectativa de nuestros empleadores de que tengamos que estar disponibles en cada momento, por lo que se vuelve cada vez más difícil tener un momento para sí, hacer un chequeo interno de cómo estamos realmente.

Fue así, en el ajetreo de la semana que me acordé de un poema que escribí a los seis años sobre un enanito azul. No recuerdo exactamente el poema, pero me acuerdo que se trataba de un enanito inquieto, —así como yo en estos momentos—, este brincaba y brincaba buscando la felicidad en todos lados, en sus aventuras y delirios. Así como también nosotros buscamos tantas veces la felicidad en cosas externas (en trabajo, experiencias, posesiones vanas o hasta en las personas que nos rodean), como si algo externo nos fuera a hacer felices, esperando que algún deseo, algo o alguien complete esta felicidad o "ausencia de " algo.

Fue así como llegue a recordar el término "fullfilment" en inglés o "eudaimonia" en griego para los más iluminados. Ellos son un equivalente (en mexa) de la palabra "plenitud".

Lo que me gusta de estos términos es que, aunque significan felicidad, no se refieren a una felicidad momentánea, sino que hablan de estado, o de algo duradero, una tranquilidad del alma que viene desde dentro de nosotros. No se refieren a una ondita de felicidad que viene y va, sino que hablan de un bienestar extendido a lo largo de nuestras vidas.

Tras varias semanas de cansados vaivenes y oscilaciones incesantes, creo profundamente que la mejor forma de experimentar la plenitud es dándonos la oportunidad de escuchar, de estar en contacto con eso que hay dentro de nosotros, de desempolvar nuestra mente de todos esos pensamientos incesantes, deseos incansables y permitirnos SER y ESTAR. Haciendo un pequeño espacio entre lo externo y nosotros, un espacio de libertad.

Así, aunque no recuerde exactamente el destino final del enanito azul, me gusta pensar que, finalmente, este se dio cuenta de que entre sus brincos y saltos hacia afuera no encontraba nada, pues nada de afuera iba a colmar un vacío que sentía dentro. Me gusta pensar que encontró que la felicidad estaba en realidad dentro de sí. Espontáneamente. Como a veces nos pasa.

- Teresa Jacques Valenzuela


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